No lo dejemos en silencio.

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Hay cosas que sabemos que existen pero nos las imaginamos muy lejos de nosotros, como si inclusive nadie alrededor nuestro pudiera haber experimentado esas situaciones a las que les tememos. Una de ellas, el abuso sexual.

Judith (nombre ficticio), mujer de 38 años llegó a mi consulta preocupada por su hijo de 3 años, me comenta que necesita una evaluación porque cree que ha sido víctima de abuso sexual. Durante la entrevista, me indica que duda de un sobrino que visitó la casa y que le cambió el pañal.

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Me comenta también que tiene cámaras por todos lados, que ella duerme con el niño y que no ha detectado ningún cambio en su conducta, pero que ese hecho de que le hayan cambiado el pañal, la tiene muy preocupada. “Nadie se acerca a mi hijo, solamente yo”, me cuenta.

El niño duerme con ella, su esposo en otra habitación, porque él también está entre los que no pueden acercarse a su pequeño.

En el transcurso de la cita, vamos desanudando su real pedido de ayuda. Me comenta que no entiende al fin porque necesita la evaluación de su hijo, porque la verdad es que tiene cámaras, ya las revisó y no hay nada que indique que algo pasó en ese cambio de pañal del único día que este sobrino visitó su casa.

Al fin logra decirme, entre lágrimas,  que tiene miedo, miedo de todos los que puedan acercarse a su pequeño, porque no quiere que sufra algo que cree que ella sufrió… lo cree, no lo recuerda, pero tiene tanto miedo a lo sexual que sabe que algo debe haberle pasado alguna vez.

Con temas asi, llegaron Carmen, María, Martha, José, Carlos (todos nombres ficticios)  y un alto porcentaje de las personas que atiendo. Esto no sucede porque me especializo en abuso sexual, sucede porque es un tema que existe cerca de todos y que nos negamos a ver hasta que alguna situación que se convierte en un síntoma, nos obliga a afrontar que aunque se cree lejano, puede estar en la misma casa o en el mismo ambiente de muchos.

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Debemos abrir los ojos ante este tema para poder aprender y enseñar estrategias a nuestros hijos. Nada se hace con los ojos cerrados y dibujando realidades que no existen.

Y es que el abuso sexual sigue siendo un tema tabú que se alimenta justamente del silencio y de esa mirada esquiva que tenemos ante su existencia.

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¿Qué hacemos entonces para que esto no le pase a nuestros hijos?

Tenemos pasos importantes que dar:

  1. Tomar consciencia del abuso sexual como posibilidad en nuestras vidas
  2. Educar en sexualidad siempre.
  3. Si nuestros hijos conocen sobre su cuerpo, conocen sobre límites, sobre su intimidad, sobre todo lo que puede ser un abuso sexual, ese conocimiento será la única manera en que van a poder reconocer que situaciones sobrepasan los límites.
  4. Nuestros hijos tienen derecho a saber todo lo que implica el abuso sexual

Solo estos tres pequeños pasos implican uno muy grande: romper el silencio ante este tema, porque es una de las razones por las que cada año el porcentaje de niños que sufren de abuso sexual va en aumento.

¿Por qué mantendríamos silencio ante un tema asi?

Julia me lo confirmo al hablar de su abuso sexual (nombre ficticio), sucedió a sus 8 años, no supo qué significaba lo sucedido en ese momento, pero a los 12 tuvo la oportunidad de poner un límite cuando su  abuelo intentó abusar nuevamente de ella y pudo reconocerlo.

Pero fue juzgada, se enfrentó a la incredulidad de los miembros familiares a quien se los contó, fue enviada lejos de la casa de sus abuelos y culpabilizada de la situación.

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Tuvo que trabajarlo en terapia, pero esto no es algo que le sucedió solamente a Julia, es algo muy frecuente y que hace del abuso y la negación una de los peores enemigos a la hora de querer cambiar esta situación.

Las familias tienen miedo, no solo al abuso, sino a romper los vínculos, a poner límites que hagan que las relaciones cambien y esto opaca lo que debería ser la principal prioridad: que un niño, niña o adolescente que es  la víctima ante el abuso sexual y que el silencio o la negación del tema les niega la posibilidad de darle solución al sufrimiento que están pasando y los que los empuja solamente a los futuros síntomas de orden sexual en la vida adulta, tal y como le pasó a Judith.

¡Definitivamente no queremos eso!

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