Un mundo hiperconectado, pero más solo que nunca

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Hace unos meses, mientras atravesábamos un problema energético en el país en que vivo, una adolescente en consulta me preguntó:

– ¿Cómo hago para no sentirme tan sola cuando se va la luz?

Siendo psicóloga, re pregunté. Ya sabes, a pesar de que intuía que su pregunta se relacionaba con una realidad muy latente hoy para miles de adolescentes, quería llevarla al análisis.

De todas maneras, ya sabía que la respuesta iba a ir de la mano de esta realidad:

“La mayoría de las relaciones están basadas en las conexiones por internet”, con personas que no se conocen en carne y hueso, pero con las que se mantiene una relación ya sea a través de redes sociales o juegos multijugadores en línea.

Algo que no solo se detiene allí. Inclusive con personas reales del entorno cotidiano, hay muchísima interacción en un mundo virtual de la mano de las redes sociales. Parecería más fácil relacionarse sin la mirada del otro y a través de un dispositivo móvil que de frente, en una cafetería o en un área social.

Parecería más fácil relacionarse sin la mirada del otro

Ante esa realidad, que sé que existe, lo que le dije fue:
—¿Qué crees que podrías hacer?
Solo supo levantar sus hombros sin respuesta. Situación bastante común, además, porque la excesiva conectividad no solo afecta el vínculo, sino que también dificulta la posibilidad de construir soluciones creativas ante muchos problemas, no solamente ante la soledad.

Pero me quedé pensando… Vivimos en la era más conectada de la historia y, paradójicamente, más sola. Porque… la soledad no es ausencia de compañía, sino de vínculo. Y ese vacío está afectando cada vez más a adolescentes… y también a los adultos que los rodean.

La soledad no es ausencia de compañía, sino de vínculo.

¿No te ha pasado observar, en una salida, a la gente a tu alrededor y encontrar a parejas sentadas una frente a la otra, y cada uno sumergido en su dispositivo móvil? ¿O a familias enteras en las mismas circunstancias?

Los medios y las facilidades digitales hoy permiten el contacto, pero generalmente bajo la construcción de relaciones más superficiales y despersonalizadas. La ausencia de la mirada del otro permite un escondite que no sirve para algunas de las acciones necesarias en una relación que genere vínculo entre dos personas. Claro que siempre hay excepciones, pero ya sabemos que la existencia de las excepciones es lo que justamente sostiene una regla.

Esa nueva forma de relación más bien ha fortalecido la construcción de sociedades más individualistas y familias más desconectadas, que no construyen recuerdos juntos, que no se conocen por completo y que, además, no reconocen fácilmente lo que está sucediendo porque hemos normalizado estas ausencias.

No está mal estar solo, es maravilloso. Todos disfrutamos de la soledad, la elegimos en muchas ocasiones. Es saludable poder tener conversaciones con nosotros mismos y disfrutar de ellas. Puedo decir, incluso, que es parte importante de nuestra consciencia emocional.

Pero no hablamos de esa soledad, la que nos hace bien.
No… la soledad elegida no es lo mismo que la soledad no deseada.
Esa, que lejos de ser una elección personal, refleja el deterioro de los vínculos y de las estructuras familiares, esenciales para sostener la identidad y la pertenencia.

Y aunque no es un mal solo de la adolescencia y también afecta la vida adulta, para ellos representa una carga adicional, porque esa búsqueda de identidad necesita mucho del lazo social. Por eso, la pregunta de mi paciente demuestra cómo ella y muchos adolescentes necesitan sostenerse conectados, porque es más fácil que enfrentarse a la realidad de sentirse solos en los momentos de desconexión.

No es un juego que estudios recientes nos digan que 1 de cada 3 adolescentes se siente solo con frecuencia, incluso teniendo una vida social activa.
No es un juego que la OMS diga que su riesgo es equiparable al sedentarismo, al tabaquismo o a la obesidad.

¿Qué podemos hacer?

Primero, darnos cuenta de que esto sucede, hablar del tema sin culpa, normalizar que esto nos moleste y ayudar a diferenciar la soledad por elección de aquella que no queremos.

Recordando que somos seres sociales, debemos:

  • Generar espacios de conexión, en primer lugar desde la familia. Espacios que estimulen la comunicación real, el reencuentro con la historicidad familiar, el volver a contar esas historias que fortalecen la identidad.
  • Crear espacios de actividades sociales fuera del mundo virtual.
  • Recordar que estar con el otro no es solamente estar cerca. Es mirar, conocer, escuchar, respetar, permitir que el otro muestre quién es sin miedo al rechazo.
  • Trabajar en el fortalecimiento del autoconcepto, porque desde lo que nuestros adolescentes piensan de sí mismos es desde donde construyen habilidades sociales que les permiten ir en búsqueda del encuentro con el otro con menos miedo.
  • Enseñar la diferencia entre la soledad que elegimos y la que no queremos. Normalizando esos espacios elegidos para que podamos reconocer que son importantes

La soledad se vuelve menos peligrosa cuando se vuelve conversación

Volver a generar vínculos es la mejor manera de disminuir los riesgos que no queremos enfrentar. Es plantear la posibilidad de bienestar emocional, no solo para nuestros adolescentes, también para nosotros como adultos a su alrededor.

Mi paciente… no nos quedamos solo en la pregunta. Realmente logramos reformular ideas desde ese primer espacio de poner en palabras cómo se sentía, desde reconocer que se había acostumbrado a una relación sin vínculo y había dado la espalda a otras, que estaban allí, esperando que saliera a su encuentro.

Lo logramos, sé que todos podemos.

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